MALDITO ADIÓS
A lo largo de mi vida siempre que puedo evito decir la palabra adiós, intentando sustituirla por alguno de sus sinónimos. A pesar de esto, hay momentos y circunstancias en los que desgraciadamente es inevitable pronunciarlo, ya que no existe otra palabra que lo sustituya.
La mayoría de las veces ,la gente utiliza el adiós como despedida momentánea. Sin embargo hay adioses que llevan implícitos un fin, un nunca más, un no nos volveremos a ver . Y son esos, los que son para siempre, los que me atormentan, los que duelen más que el silencio y la nada.
Cuántos hemos pronunciado para finalizar relaciones, y seguimos sin acostumbrarnos, cuando llega el momento de hacerlo, sentimos que se nos hiela la sangre porque sabemos lo que eso conlleva. Cuando sale de nuestra boca, no hay vuelta de hoja, y descubrimos como una simple palabra es capaz de llevarse años de amor, de amistad, de sueños y promesas comunes. Y sólo entonces recapacitamos y pensamos lo mucho que hubiésemos deseado no haberlo hecho. Porque como decía George Eliot “ sólo en la agonía de despedirnos somos capaces de comprender la profundidad de nuestro amor”
Y yo que hubiese desafiado a la inmortalidad, para no tener que decirte esa palabra maldita, mientras a ti la vida se te escapaba a cachos, me encuentro con que adiós no implica olvido, y que hay cosas que ni el más rotundo de los adioses será capaz de arrebatarme jamás: los recuerdos.