Críticas, chismes, cotilleos o como hacer un traje a medida.
No puedo evitar sentir cierta lástima por aquellos que con su intachable moralidad y comportamiento se creen con la potestad absoluta de poner en entredicho la de los demás, como si de jueces y verdugos se trataran.
Yo aprendí hace mucho tiempo que lo de dictar sentencia no va conmigo, que no soy quien de opinar sobre los actos ajenos, aquí cada uno que cargue con su propia cruz. Pero desgraciadamente sigue habiendo mucha gente que ve la paja en el ojo ajeno, pero que sigue sin poder ver la viga en el suyo propio.
Ese cinismo y arrogancia de los que escudriñan con miradas inquisidoras y cuchichean en las esquinas sobre la vida y actos de los demás, es propio de mentes carroñeras, con vidas tan vacías como su propia existencia. Han visto humo, o han oído hablar de él , y no les falta tiempo para lanzar la chispa definitiva que levante la llamarada. Qué gratuito es eso de hacer daño y que difícil es después juntar toda el agua capaz de apagar ese fuego.
Suerte ,(o no) ,de aquellos que se levantan cada mañana y lo que ven en el espejo es la “perfección absoluta”, sin mácula ni tacha en su historial. Yo sin embargo me alegro enormemente de mis defectos, puesto que los errores que cometí, y los que sigo cometiendo cada día, me han llevado a ser quien soy, han forjado mi personalidad y me han hecho más sabia. Soy una mezcla de las cosas buenas y malas que hay en mí.
Por eso señores “jueces” de la integridad y la decencia, miren en los más profundo de sus almas, y quizá después de lo que encuentren no sean capaces de volver a mirarse tan alegremente al espejo, de agarrar con fuerza la primera piedra. Yo os aconsejo que os dediquéis a amar un poco más y odiar un poco menos, ya que como bien dice Haruki Murakami:
“El odio es una sombra negra y alargada. En muchos casos, ni siquiera quien lo siente sabe de dónde le viene. Es un arma de doble filo. Al mismo tiempo que herimos al contrincante nos herimos a nosotros mismos. Cuanto más grave es la herida que le infringimos, más grave es la nuestra. El odio es muy peligroso. Y, una vez que ha arraigado en nuestro corazón, extirparlo es una tarea titánica”